Isbilia, el sueño de Almutamid
Primero los almorávides y posteriormente los almohades, hicieron de Sevilla la capital del califato de Sevilla.
La llegada de los árabes en el 711 supone una transformación radical para toda la Península, pero especialmente para la zona del sur, por ser aquí donde más tiempo estuvieron asentados. Isbilia (nombre árabe de Sevilla) será una ciudad floreciente en el mundo islámico, con la cultura arábigo-andaluza. En Isbilia conviven judíos, cristianos y varias etnias del mundo árabe. Aparecen también los mozárabes, a raíz de la unión de culturas.
Isbilia es una ciudad importante, aunque la capitalidad de Al-Andalus radique en la cercana Córdoba, contra la que se sublevó en algunas ocasiones. El reinado de Al-Mutamid (siglo XI) es clave en este periodo de la Historia de Sevilla, que se convierte en el enclave más importante de Occidente. Entonces, se produce la llegada de los almorávides, que achicaron a los bereberes hasta el punto de expulsar al propio Al-Mutamid.
En el siglo XII llegan los almohades y la ciudad recupera el esplendor perdido. La Giralda, alminar de la mezquita, es buen ejemplo de ello.
Durante el período en que Sevilla fue la capital del Imperio almohade en Al Ándalus, entre 1146 y un poco antes de su conquista por Fernando III en 1248, se hicieron obras de importancia en su Alcázar y en el resto de la ciudad. El califa Abu Ya‘qub Yusuf, un príncipe instruido que había crecido en Sevilla, emprende las primeras construcciones: entre 1171 y 1172 construye un puente para unir Sevilla y Triana, una almunia o residencia palatina nueva en el exterior del recinto amurallado, llamada Buhayra, y ordena iniciar las obras de una nueva mezquita aljama, más espaciosa que la vieja mezquita omeya (hoy Iglesia de San Salvador). Más tarde también se amplía el recinto de los Reales Alcázares.
El Real Alcázar de Sevilla, es un conjunto de edificios palaciegos, situados en la ciudad de Sevilla, cuya construcción se inició en la Alta Edad Media, donde se superponen múltiples estilos, desde el arte islámico de sus primeros moradores, el mudéjar y gótico del periodo posterior a la conquista de la ciudad por las tropas castellanas hasta el renacentista y barroco de posteriores reformas. El recinto ha sido habitualmente utilizado como lugar de alojamiento de los miembros de la Casa Real Española y de jefes de Estado de visita en la ciudad. Fue declarado Patrimonio de la Humanidad, junto a la catedral y el Archivo de Indias en el año 1987.
El salón de Embajadores es la pieza principal de los Reales Alcázares. El Salón está cubierto por una majestuosa cúpula de lacería de madera dorada semiesférica. Su antiguo nombre de Salón de la Media Naranja se debía a esta magnífica cúpula, fue reconstruido por Diego Ruiz en 1427, las puertas son originales de 1366, además de la decoración de yeserías y alicatados de los muros.
De nueva planta se hizo la Buhaira, palacio de gran relevancia por sus jardines, árboles frutales y cultivos que se regaban con el agua de los Caños de Carmona, antigua conducción romana. La zona almohade corresponde a pequeño pabellón situado al sur de la gran alberca y dotado de numerosos elementos que muestran un complejo sistema de riego y de juegos de agua en relación con la arquitectura. El agua era traída desde el acueducto de Carmona.
Las murallas levantadas por Julio César (100-44 A.C.) tenían un perímetro que recorría: Mateos Gago, Puerta de la Carne, Puerta Osario, Santa Catalina, Villasís, Cuna, El Salvador y la Catedral.
En época visigoda se encontraban muy debilitadas, constituyendo una frágil defensa contra la invasión musulmana en el 711 y ante las incursiones vikingas del 844. Abd-al-Rahman II (788-852) mandó reconstruirlas para proteger la ciudad de nuevos ataques y de las periódicas crecidas del río. Los almorávides, en el año 1126, prolongaron la muralla, el triple de la anterior. En gran parte, el nuevo terreno ganado intramuros quedó como huertas y terrenos baldíos. En el 1221 se construyó un antemuro y un foso alrededor del mismo. Éstas fueron las murallas que encontró Fernando III el Santo (1201-1252) al conquistar Sevilla en 1248.
Contaba con más de 150 torres y una docena de puertas, y se mantuvo así durante la Edad Media. En los siglos siguientes, perdido el carácter defensivo, se adosaron casas y surgieron muladares en sus inmediaciones, aunque ofreció la mejor defensa frente a las violentas crecidas del Guadalquivir. En el año 1861 se decidió el derribo de las murallas para permitir el desarrollo urbano, tarea que se concluyó en 1869. Actualmente, quedan restos de murallas en torno a la Torre de Abdellaziz, la Torre de la Plata, la plaza del Cabildo y el Postigo del Aceite. El tramo más completo es el que va del Arco de la Macarena hasta la Puerta de Córdoba, donde destacan el propio Arco, la Torre Blanca y los siete torreones cuadrados que se sitúan a una distancia de unos 40 metros el uno del otro con su antemuro y foso.
La Torre del Oro fue la última gran obra que los musulmanes dejaron en la ciudad. Se levantó en el año 1220 y defendía el puerto como torre albarrana en el extremo de una coracha (elemento de la fortificación destinado a acceder al agua) frente a una torre al otro lado del río, hoy desaparecida. De torre a torre cruzaba una gruesa cadena que el Almirante Ramón Bonifaz rompería en 1248 con su barco durante el sitio de la ciudad. Tras el Descubrimiento de América en 1492, la torre dominaba el puerto por donde entraban las riquezas del Nuevo Mundo de cuyo tráfico disfrutaba Sevilla el monopolio.
En 1830, en tiempos del asistente Arjona, se derribó la coracha, quedando la torre exenta. Tras su primitivo uso defensivo ha tenido numerosos destinos, capilla, prisión, almacén de pólvora u oficina de correos, siendo actualmente Museo naval. La Torre del Oro debe su denominación, según el cronista Ortiz de Zúñiga, a que sus muros lo cubrían azulejos dorados, aunque otros se inclinan a pensar que el nombre deriva de su uso para albergar en él objetos valiosos. Tras la restauración que se efectuó en el 2005, se cree que la denominación podría derivar del tono dorado que le daba el enlucido de mortero, cal y paja. La torreta de remate se añadió en 1760 y la diseñó Sebastián van der Borcht durante el mandato del asistente Ramón Larumbe (1760-1767).